Querido lector, mi nombre es María Isabel, tengo 24 años y así como el nombre de este escrito lo indica les contaré acerca de mis peripecias en el transporte público en la Ciudad de Panamá.
Nací en Honduras, pero llevo 15 años viviendo en Panamá, es decir, más de la mitad de mi vida. Cuando llegué a este país no existía el metrobús y lo único que había para trasladarte de un sitio a otro eran los populares diablos rojos (que muchos ni eran rojos) y las chivitas. Por cosas de la vida mi historia con el transporte se remonta al 2008, cuando mi familia y yo nos mudamos a la barriada El Lago, en Las Cumbres, decisión que mi mamá pensó mucho porque para trasladarme hasta mi escuela, Doctor Belisario Porras, en San Francisco, debía recorrer una distancia considerable e igual el tiempo de viaje, pues en esa época la barriada no contaba con transporte interno. Esto impactó mi día a día:tenía que levantarme a las 2:00 a. m. para poder salir de la casa a las 2:50 a. m. en compañía de mi papá en busca de una chivita que nos trasladara hasta San Miguelito. La poca iluminación de la barriada nos provocaba mucho temor de ser asaltados; llegaba a la escuela a las 6:30 a. m. Por fortuna, mis padres deciden que era mejor mudarnos, y la historia cambió un poco.
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