Un laboratorio urbano para cuidar el territorio
El agua es un elemento articulador del territorio y un componente vital para la vida humana. Siempre he dicho que, al hablar de agua, hablamos de Panamá. La historia del país está estrechamente ligada a este recurso, y forma parte de nuestra identidad. El Canal de Panamá, por ejemplo, es prueba de ello.
Según datos del Instituto de Meteorología e Hidrología de Panamá, la nación istmeña es el quinto país con mayor precipitación pluvial a nivel mundial con un promedio de 3 000 mm de lluvia anual (y el segundo a nivel latinoamericano detrás de Colombia -en tercera posición se ubica la otra vecina, Costa Rica). Para un territorio de un poco más de 75 000 km2 , eso es ¡muchísima agua!
Esta abundancia del vital líquido hace posible la existencia de una extensa red hídrica, donde numerosos ríos atraviesan los centros urbanos, comportándose como venas que moldean la configuración de estos asentamientos. Ahora bien, la relación ríos-ciudades ha sido siempre un tema conflictivo, un fenómeno que ocurre con regularidad en otras latitudes.
Red hídrica de la República de Panamá. Elaborado por Espacio Común – Laboratorio Urbano
Históricamente, los centros urbanos del país les han dado la espalda a los cuerpos de agua, llámese ríos, riachuelos, lagunas, humedales, etc. Las débiles políticas públicas, junto a los paupérrimos y nulos planes de ordenamiento territorial y de gestión de desechos, han incidido en que los cuerpos de agua sean, por excelencia, los vertederos en los centros urbanos.
Conociendo esa premisa, me pregunto: ¿cómo podemos cambiar esa dinámica? La respuesta común estaría en: fiscalizar que se cumplan las normas sanitarias e impulsar leyes más estrictas. ¡Sí!, seguro eso sería clave, sin embargo, esto puede resultar en procesos lentos y burocráticos que no muestran los resultados deseados.
Tramo medio del río Matías Hernández y parte de su fauna, Vereda 15, Villa Guadalupe. Este río es uno de los que más desechos sólidos vierte a la bahía de Panamá en el área Metropolitana. Iván Knight
Entonces, ¿qué tal si realizamos ensayos experimentales en el territorio? Ante un tema complejo, vale atreverse a buscar soluciones.
Como arquitecto de profesión y junto a otros colegas, nos aventuramos a participar en el Concurso Nacional Our Ocean 2023, promovido por el Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Panamá en el marco de la Conferencia Nuestro Océano en la edición 2023 que se celebró en nuestro país, cuya temática se basaba en proyectos de innovación vinculados a la protección de los océanos. Y vaya que, a primera instancia, no se ve relación alguna entre la arquitectura y un tema ligado a las ciencias naturales. Y es precisamente en esa divergencia donde quisimos demostrar que nuestras profesiones -por más ajenas que fuesen en relación con el tema principal- podían ser de gran utilidad para tener un territorio más sano y elevar la calidad de vida de la sociedad.
Es así que surge la idea de crear un modelo replicable y que pueda disminuir la cantidad de contaminantes que llegan a los océanos desde los ríos. Un ‘barrio ecológico’ donde la comunidad esté organizada, sean conscientes de su territorio y desarrollen el sentido de pertenencia, ya que, si conoces lo que tienes, lo vas a cuidar.
Al ser electos en una de las categorías del concurso y con unos fondos obtenidos como recompensa, procedimos a ejecutar nuestra teoría poniendo a prueba si era posible construir un barrio sostenible, bajo la temática de un laboratorio urbano al que denominamos Espacio Común– Laboratorio Urbano.
Si lo vemos desde lo macro, el sitio se emplaza en una zona muy particular: el distrito de San Miguelito. Una región caracterizada por su topografía accidentada donde nacen abundantes cuerpos de agua, un territorio muy urbanizado, de grandes asentamientos informales, altos contrastes socioeconómicos y una alta densidad poblacional de 5629.6 hab/km2 en tan solo 49 km2 de superficie, según el censo del 2023. Uno de esos cuerpos de agua que nace y discurre por la zona es el río Matías Hernández, que a su vez es uno de los que más desechos sólidos y residuales vierte a la bahía de Panamá, representando una gran amenaza para los ecosistemas marino-costeros y la salud humana.
El distrito de San Miguelito es una región que ha estado abandonada por décadas, y uno de sus mayores desafíos es la disposición de desechos y su respectiva clasificación. Ese descuido territorial por años se traduce en una enorme cantidad de desechos acumulados en zonas urbanas y en áreas naturales. Lastimosamente, cabe mencionar que es una problemática que muchos residentes han normalizado y que, evidentemente, no es algo que esté bien.
Por otra parte, abordándolo desde lo micro, dada la existencia de ese río contaminado cerca de una zona urbana más formal, la presencia de espacios públicos y colegios cerca, y próximo a la única biblioteca de todo el distrito de San Miguelito, decidimos establecer un proyecto replicable e integral en un barrio llamado Villa Guadalupe, específicamente en la vereda 15, San Miguelito.
Residuos sólidos y desembocadura del río Matías Hernández en la bahía de Panamá, con los rascacielos de la cosmopolita Ciudad de Panamá de fondo. Iván Knight
Se concibió un planteamiento en tres etapas: la primera fue organizar el equipo y consolidar alianzas, otra de gestión educativa y, la última, la de diseño y construcción.
Pero, realmente, ¿cuál era nuestro objetivo? Mejorar espacios públicos abandonados que se encuentran en áreas vulnerables y adyacentes a zonas naturales, para transformarlos en sitios que potencien y protejan su ubicación. Y también, visibilizar el río a través de espacios públicos accesibles, educativos y de reflexión sobre la relación entre la ciudad, los desechos, el ciudadano y el entorno natural fluvial y costero.
Ahora bien, ¿cómo llegar a un territorio desconocido sin que te consideren un intruso? Donde el olvido del territorio se ve reflejado en la basura. Fue uno de los procesos más vitales y retadores, puesto que la sociedad del siglo XXI ha dejado de ‘hacer comunidad’ y está poco receptiva. El hacer volanteo (¡el volanteo no ha pasado de moda!, es efectivo), tocar la puerta, convencer a los vecinos a que crean en el proyecto utilizando habilidades blandas para ganarse su confianza, asustarse por algún canino que sale de sorpresa entre los barrotes de las casas fue parte del proceso inicial como forma anecdótica.
En esa misma relación, la etapa dos (2) fue una de las más intensas, dinámicas y complejas, ya que gestionar una comunidad implica un aspecto sociológico y otro territorial. Convocarlos en el único parque de su barrio, hacer actividades culturales-educativas y de diagnóstico del territorio junto con ellos y ocupar la biblioteca, fueron las claves para crear la cohesión social entre niños, jóvenes, adultos y adultos mayores. Después de muchísimos años, los vecinos comenzaron a interactuar entre ellos nuevamente y a hacer uso de los espacios colectivos que dejaron de utilizar. Comenzaron, por fin, a volver a hacer comunidad. Esa sinergia fue vital para crear conciencia en los vecinos, y que empezaran a comprender mejor su territorio.
La primera reunión comunitaria: la presentación formal del equipo y del proyecto a la comunidad. La agenda cultural más que llevar cine, música y teatro, es crear una aspiración cultural. Se proyectó también una película infantil ambiental para los más pequeños. Espacio Común – Laboratorio Urbano
Realizamos actividades culturales y juegos para ‘romper el hielo’, generando la cohesión social en el parque de la vereda 15. Iván Knight
Y es que un punto intrínseco del desarrollo del proyecto se sostiene en la actividad de diagnóstico del territorio. Fue la génesis para la generación de ideas y donde se aplicó la escucha activa. Conscientes de que no es éticamente correcto llegar a un sitio a imponer un proyecto, necesitábamos tener información suministrada por la comunidad.
Consistió en lo siguiente: se llevó a cabo una dinámica de rayar y pegar adhesivos en mapas y planos, en el parque de la vereda 15, donde los vecinos de diversos grupos etarios pudiesen plasmar sus ideas, observaciones y propuestas en relación con las características del sitio a nivel social y natural. La actividad de diagnóstico fue complementada con algunos juegos, y la presentación de parte de la fauna acuática recolectada en el río y algunos de los desechos encontrados, para generar un conversatorio ambiental.
Los talleres participativos y de diagnóstico también buscan construir aspiración. Iván Knight
Las siguientes actividades consistieron en la limpieza de una parte del río Matías Hernández y jornadas de siembra de plantones, específicamente en donde se emplaza el proyecto. El que los vecinos se involucraran contribuyó a generar conciencia y desarrollar aún más el sentido de pertenencia.
En esa línea, una de las últimas actividades dentro de la segunda etapa consistió en realizar un pequeño juego educativo donde los vecinos identificaran con un fanzine la fauna y flora de su barrio, y elementos didácticos recolectados en la comunidad como hojas y semillas. La actividad fue apoyada por algunos profesionales de la materia, y culminó con una gira en la desembocadura del río Matías Hernández, en la bahía de Panamá, donde los vecinos pudieron percatarse de lo que les ocurre a nuestros ecosistemas marino-costeros y ciudades si no cambiamos nuestra cultura de disposición y tratamiento de los desechos. El mismo río que pasa por su comunidad, verlo en su tramo final y de forma más impactante.
Gira a la desembocadura del río Matías Hernández, bahía de Panamá. El desarrollo de pertenencia y la educación ambiental en la sociedad se puede lograr también haciendo actividades de este tipo, denominadas como ‘aulas verdes’. Iván Knight
Todo esto fue necesario para hacer conciencia, y pasar a la siguiente etapa: la de diseño y construcción.
¿Qué quieren los vecinos?, ¿cómo visualizan sus espacios públicos?, ¿cómo disponer adecuadamente nuestros desechos para que no lleguen a los cuerpos de agua y, por consiguiente, al mar?
Inicialmente, el proyecto se concebía para renovar el parque del final de la vereda 15, que está emplazado adyacente al río Matías Hernández, para construir una plataforma que promueva un turismo comunitario de bajo impacto, funcione para contemplar y generar educación ambiental mediante paneles interpretativos.
Visibilizar el río a través de espacios públicos accesibles, educativos y de reflexión sobre la relación entre la ciudad, los desechos, el ciudadano y el entorno natural fluvial y costero. Espacio Común Laboratorio Urbano
Sin embargo, la prioridad comunitaria estaba en eliminar el vertedero comunal improvisado en el acceso principal del barrio, y que está justo al lado de la única biblioteca de un distrito de más de 350 000 habitantes. Ese vertedero improvisado está sobre una antigua parada de buses que ha sido vandalizada en reiteradas ocasiones.
De esta forma se inician los talleres de diseño con la comunidad, donde ellos son los protagonistas. Construir aspiraciones, empoderarlos, darles el lugar que se merecen en la sociedad y en la toma de decisiones.
La parada de autobuses y el espacio colectivo que se recuperará. Espacio Común, Laboratorio Urbano
A los vecinos se les convocó en la biblioteca, que durante todo el proceso de gestión educativa fue el sitio por excelencia para las reuniones, trabajo y toma de decisiones. Se les suministró el material didáctico para que rayaran, elaboraran su programa de diseño y construyeran maquetas, surgieron varios prototipos de diseño.
Taller de diseño participativo. Espacio Común Laboratorio Urbano
En ese proceso de diseño, los vecinos establecieron los no negociables: diseño inclusivo, protección contra sol y lluvia, bajo mantenimiento, un diseño con identidad cultural de vereda 15, de Villa Guadalupe, y un espacio público de calidad.
Toda esa información del taller, como equipo, nos tocó codificarla, analizarla y traducirla en un diseño formal y concreto. Es allí donde se procede con el desarrollo del diseño y de los planos, para presentárselo a la comunidad como entregable. Determinamos que era necesario dotar a la comunidad de nuevos espacios públicos, implementar mecanismos y elementos que eviten el desplazamiento de desechos sólidos hacia los drenajes pluviales, eliminar el vertedero comunal improvisado, una nueva parada de autobuses segura y limpia, añadir vegetación y paisajismo a la zona, mobiliario urbano y cruces peatonales seguros.
Al terminar el desarrollo del diseño y los planos, se convocó a una reunión en la biblioteca y se les presentó a los vecinos el ‘diseño pulido’, que fue aprobado unánimemente. Un elemento común en la vereda 15 son los cerramientos con bloques ornamentales, y ese elemento como parte de la identidad del lugar se ve reflejado en el diseño.
Detalles y desarrollo del proyecto. Espacio Común Laboratorio Urbano
Detalles y desarrollo del proyecto. Espacio Común Laboratorio Urbano
Aprobado el diseño por la comunidad, procedimos a los trámites municipales para preparar la construcción. Ahora bien, es imprescindible mencionar que, al día de la redacción de este escrito, el proyecto aún no ha culminado. Y he aquí un tema sensitivo que vale mencionar como anécdota y que demuestra las complejidades del sistema: la burocracia. Sí, aquellos procesos necesarios como pautas para el funcionamiento de un Estado. Sin embargo, cuando no hay una visión estadista o un interés genuino en mejorar la calidad de vida de la población, los procesos para la transformación social y territorial se ralentizarán. Es esta la razón por la que se ha generado, a través de décadas, la pérdida de confianza en las autoridades y gobiernos locales, quienes son los llamados a administrar y cuidar el territorio con los recursos públicos. El mostrar un aparente interés inicial, el prometer y el no cumplir como conclusión.
Al saber que no somos colonizadores del espacio y apolíticos para la causa, parte de ese primer acercamiento en el territorio fue informarles a los gobiernos locales sobre nuestro proyecto e ideales para con la sociedad y el entorno natural. Se nos prometió colaboración y disposición de contribuir en los debidos procesos, no obstante, por temas políticos o personales de los cuales prefiero no especular ni darles protagonismo, no hubo esa sinergia de las instituciones del Estado con el proyecto ni con los vecinos.
Esto forma parte de llevar a cabo proyectos sociales, y es un elemento anecdótico de las dificultades que se pueden encontrar en el camino. Situaciones que desmotivan a seguir haciendo lo correcto. No obstante, teníamos claro que, a pesar de carecer de ese apoyo institucional en ese periodo, como equipo seguiríamos motivados con nuestro proceso de ejecutar el proyecto y de contribuir a una buena causa. Afortunadamente, ahora sí hay un entendimiento con los nuevos gobiernos locales.
Estamos completamente seguros de que pronto se verán materializados los resultados de este gran laboratorio urbano. Habrá actualizaciones, y deseos de hacérselas llegar.
Iván Knight / Arquitecto
Duabitad más que arquitectura y diseño
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