Un parque en el norte de las periferias
“Disfruté del momento y en medio del pajonal que recorría con mis abuelos me viene el recuerdo de los largos, tradicionales y cálidos veranos de siembra”.
San Vicente es una pequeña comunidad que siempre se desarrolló en función de la cuenca del Canal de Panamá. Allí nací, crecí y vivo yo. Sus habitantes lograron construir viviendas y con la junta local seleccionaron espacios para desarrollar actividades de esparcimiento. Muchas historias hay detrás de este sitio, sobre todo de los policías zoneítas (nombre que se les daba a los miembros del ejército de Estados Unidos establecidos en parte del territorio panameño, llamado Zona del Canal, hoy desaparecida), quienes caminaban de día por la montaña, vigilando que el sitio fuese protegido y respetado por cada uno de nosotros. Durante las noches, la policía canalera evitaba que personas que no eran de la comunidad cazaran los venados y saínos que habitaban por esos entornos.
Tres montañas de un color verde claro. Una más pequeña que la siguiente. Así las conocimos nosotros. Este lugar, que ahora conocemos como Parque Norte, fue nuestro parque y lo ha sido por más de 60 años desde que un terrateniente -el Sr. Paterson- vendió algunos lotes y los otros los asignó la Reforma Agraria. La gente realizaba actividades deportivas en ese espacio que ahora lo ocupa la entrada y rotonda del parque. Los veranos eran acompañados por movimientos de otras personas que nos visitaban para bañarse en el río, se pescaba sardinilla y en las quebradas que surgen de la misma montaña, los moradores lavaban su ropa. El alma de esa montaña, sus aguas y su vida, ha dejado en nosotros el espíritu de agricultura, una actividad que fue propiciada para eliminar la invasiva paja canalera. Esa misma alma pide a gritos protección del entorno y nos deja el legado de cuidar a nuestros jóvenes. En especial a aquellos que en su niñez jugaron en sus faldas y que la violencia les quitó la vida dejando lágrimas y dolor a sus familias.
Vocación y pasión
Para lograr un desarrollo y crecimiento urbano óptimo, es necesario intervenir en cinco elementos: espacio público, equipamiento, programas de integración social, conexión–movilidad y participación ciudadana. Los arquitectos y urbanistas tienen la función de integrar todos estos componentes como si fuese un vientre desde donde surge la vida; y donde cada uno de sus hijos tiene su propio rol como persona; sus gustos y necesidades, a pesar de estar vinculados genéticamente. Nos resulta complejo comprender esto cuando vivimos en áreas de la periferia de una ciudad, ya que en la mayoría de las ocasiones ninguno de los elementos arriba mencionados son tomados en cuenta. En el 2013 se diseñó un plan de ordenamiento territorial para el corregimiento de Chilibre, donde se le asignaban lotes y áreas específicas de intervención. Tales estudios arrojaron ciertas conclusiones; la primera de esas particularidades es la denominada protección de la cuenca hidrográfica, por ser la que abastece de agua potable a gran parte de la ciudad capital y a Colón.
Entre las muchas carencias detectadas aparece el necesario espacio colectivo y equipamiento de primera necesidad. En este país, hemos considerado que el espacio público no es un asunto prioritario y lo enredamos con la ausencia de equipamientos. En esta misma línea quisiera lanzar algunas preguntas, sobre todo si resides en las periferias de la Ciudad de Panamá o de alguna otra ciudad del mundo. Si tuvieses que escoger entre tu pierna izquierda (espacio público) o derecha (equipamiento urbano), ¿cuál escogerías? ¿Verdad que ambas son necesarias para caminar?
Detengamos esta pregunta para analizar por qué una idea versus la otra. Es ahí donde quiero puntualizar que los arquitectos debemos servir y concientizar a la población en que necesitan ambos componentes para desarrollarse como persona. Todo lo que esté cerca de una persona debe estar pensado en las necesidades elementales y enlazado con las actividades de desarrollo social. No se puede improvisar ni tampoco poner una necesidad encima de la otra.
Sigamos analizando lo siguiente: en el caso de los hijos, si tuvieses que decidir la escolaridad entre uno y otro, ¿lo harías?, ambos tienen derecho a estudiar, ¿cierto? Recuerde que muchos de los vecinos que tenemos cerca no contaron con las mismas oportunidades que usted, ya sea por pobreza, violencia, drogas, etc. Todos tienen derecho a capacitarse, incluso aunque no estén en edad de escolaridad. El derecho de aprender para fomentar personas con virtudes y aportar al país es algo que debe conocer el arquitecto a la hora de planificar el diseño de una ciudad en desarrollo.
Otra pregunta más: si tuviese que decidir que a falta de escuelas en el sector, se elimine el Parque Omar (conocido espacio público en el centro de la Ciudad de Panamá) ¿Cuál sería su decisión? ¿Ve que es imposible reemplazar el sitio de esparcimiento más grande del área metropolitana por otra necesidad?
“Es cuestión del arquitecto elevar su imaginación y desarrollar proyectos
viables en función de la necesidad de la gente y del ambiente”.
Esta situación ambivalente prevalece entre los que residimos en las periferias de la Ciudad de Panamá. Entre si puedo respirar o comer metafóricamente, obviando que un corregimiento de los alrededores, como Chilibre, carece de todos los elementos vitales para elevar la calidad de vida de cada uno de sus habitantes.
La ilusión de un parque en las periferias
Para el desarrollo de un parque se consideraron las áreas revertidas que fueron segregadas únicamente para parque (4 zonas) a través de la Ley 20 del 2003 y la Red de Parques. En este espacio de 20 hectáreas se buscaba aplicar el Sistema de Espacios Abiertos (SEA) para velar por la conservación de la cuenca hidrográfica y brindarles espacio público a los norteños, esto desde el año 2003 de manera oficial, porque lo cierto es que desde hace más de 50 años se usaba como cancha de fútbol al estilo de los barrios pobres, huerto comunitario y balneario. Atención, estimado lector, cuando vea que una comunidad improvisa lugares para practicar deportes, ya sea en la calle o lotes pequeños, dé por seguro una latente necesidad.
Más que la ilusión
El actual Parque Municipal del Norte se encuentra emplazado en el corregimiento de Chilibre, San Vicente #1. Hoy por hoy, el debate se centra en si la escuela debe o no debe estar dentro del parque; si se necesita una o la otra, etc. Considere que no hay espacio público en el corregimiento más extenso del distrito de Panamá (en cuanto a superficie).
El Parque Norte está desarrollado en los linderos del Parque Nacional Soberanía, de ahí nacen dos afluentes importantes para la cuenca; incluso son los que abastecen de agua de turbina (pozo) a los moradores. En la participación ciudadana y ejecución de la obra con fondos de la descentralización se solicitó -por parte de la comunidad- que la reforestación fuese liderada por los mismos campesinos que cedieron sus espacios de cosecha para la realización del proyecto. Los beneficios de esta intervención serían una escuela vocacional que luego se transformaría a INADEH, escuela de Bellas Artes, auditorio, anfiteatro, infoplaza, biblioteca, mercado periférico, canchas deportivas, senderos ecológicos, permacultura, centro comunitario, etc.
Potenciar o reducir
Lo cierto es que en el corregimiento se necesitan escuelas. Siendo uno de los corregimientos con mayor dimensión geográfica, ¿acaso no había un lugar más accesible, con agua potable y aceras para desarrollarlo? El parque ocupa 20 hectáreas, de las cuales 10 deben permanecer como bosque, por sostenibilidad y preservación; las estructuras (actuales) ocupan solo 3 hectáreas. Hagamos memoria, ya que los sitios estatales encargados de tal finalidad quedan muy alejados. Potenciar es desarrollar conexiones urbanísticas pensadas e intervenidas de manera estratégica, conectar bien el espacio con la necesidad de equipamiento urbano.
Reducir sería imponer que la obra arquitectónica resulte en algo diferente. El espacio arquitectónico fue diseñado para un tipo de actividad. Querer estimar con palabras que la obra será integrada con un centro educativo es obligar a ser algo que no es. A eso, los arquitectos lo llamamos “un absurdo arquitectónico”.
Por sentido común y experiencia, sabemos que un colegio no es un parque de atracciones. Las escuelas mixtas deben estar inmersas en la comunidad. Pero, ojo, no es privar a la comunidad de otras necesidades elementales. Ni tampoco armar una amalgama de actividades. Un parque con una escuela rígida significa que la comunidad no tendrá acceso libre ni podrá utilizar sus instalaciones porque choca con las horas de clase. Hasta el momento no he visto ningún colegio que preste sus instalaciones para la comunidad en función de esparcimiento como canchas y salones, mucho menos el domingo.
Si el diseñador o planificador desea que la escuela cuente con jardines amplios y actividades de desarrollo al aire libre, debe buscar un sitio para ella. Darle el mismo valor que las otras insuficiencias. Eso sí, conectada al espacio público, ya que es parte del equipamiento. Es cierto que pueden existir escuelas con este escenario integral (salud, relación con la comunidad, formación y adaptación al medio), pero solo cuando se diseña desde el comienzo con este concepto.
Desarrollar una ciudad siempre trae ruido, sea en buen o mal sentido. Los intereses y las necesidades chocan con la realidad. Como profesionales debemos lograr que se ejecute y sostenga la buena praxis arquitectónica. Recordar que el ejercicio de proyectar, diseñar, dirigir la construcción y el mantenimiento de edificios, urbanizaciones, ciudades y estructuras de diversos tipos constituyen nuestra misión. Nuestra base nos permite cavilar sobre conceptos del habitar bajo necesidades sociales.
Reflexionemos y actuemos a tiempo sobre el Parque Norte y seamos un eco responsable para las demás situaciones estructurales, espaciales y urbanas de nuestro país.