El espacio público en tiempos de crisis
El 2020 se despide como un año atípico para todas las sociedades de este planeta. Un período de cambios significativos, de mucha reflexión y de la constante aplicación del método heurístico del ensayo y error por la pandemia del nuevo coronavirus. Es un episodio en la historia de la sociedad que supone -una vez más- el cambio de paradigmas.
Cambio es la palabra clave para plantear las ideas de este escrito. Desde el punto de vista urbano y arquitectónico, es imprescindible abordar temas relacionados con este término, de gran magnitud en su concepción y su incidencia en la calidad de vida de la población, sobre todo en tiempos convulsos, de crisis.
El espacio público y su incidencia en la calidad de vida: enfoque emocional
Empecemos con el concepto de ‘la calidad de vida’, que solemos escuchar con cierta frecuencia en diferentes ámbitos. Entonces, surgen las siguientes interrogantes: ¿qué es realmente la calidad de vida? ¿Estamos utilizando o aplicando este término de manera correcta? Ampliemos un poco esa proposición: Definirlo se torna complejo y altamente subjetivo, puesto que cada individuo lo percibirá de distintas formas y posee contextos muy abarcadores. Sin embargo, existe consenso en su etimología: es el bienestar general de la población. Cabe señalar que ese bienestar también se puede traducir en nuestra salud física y mental, y en cuanto a esta última, es evidente que ha sido infravalorada a lo largo de la historia por su escasa ‘exteriorización’, entre otros elementos, y que ahora -en tiempos de pandemia- ha adquirido gran relevancia; por lo tanto, es oportuno enfatizarla en los planteamientos.
Esa importancia de la salud mental o emocional va ligada al factor territorio y también engloba las acciones humanas que más adelante profundizaremos. En esta circunspección se encuentra el espacio público o colectivo, vital para el desarrollo integral del ser humano y, por consiguiente, contribuye a generar calidad de vida.
¿Y qué es eso a lo que tanto llamamos espacio público? Estos son sitios que se caracterizan por ser áreas de libre acceso, de esparcimiento, interacción y cohesión social. Estas áreas se pueden clasificar en espacios abiertos y espacios cerrados. Los abiertos son los más populares, debido a su esencia polivalente que va ligada a la naturaleza del ser humano. Entre ellos están -por ejemplo- las plazas, los parques, áreas verdes, calles peatonales, calles. Y en cuanto a los espacios cerrados, podemos mencionar las escuelas, bibliotecas, universidades, los centros comerciales, recintos deportivos y demás. Los espacios públicos, en especial parques y plazas, son sitios que toman una relevancia social, debido a que históricamente se han constituido como puntos de manifestaciones cívicas y culturales.
Esa interrelación entre el espacio colectivo y las personas es antiquísima y se basa en que el ser humano posee una naturaleza gregaria, viéndolo desde el aspecto animal, y a pesar de atravesar tiempos de reducida socialización, este busca la manera de cohabitar sitios que reúnan las condiciones de integración, reunión y le permitan estar en contacto con la naturaleza. La génesis del espacio público se da entonces cuando el ser humano empieza a hacer comunidad.
Entendiendo esa necesidad intrínseca y dependencia humana de disponer y conectarse con zonas de esparcimiento, en tal caso, ¿cómo repercute la existencia de estos espacios en nuestro bienestar emocional? Bien, vayamos a resultados tangibles e intangibles. Por ejemplo, según publicaciones digitales del Instituto de Salud Global de Barcelona y el Ministerio de Cultura de Colombia, la exposición constante y prolongada a las áreas de recreación y a la naturaleza nos ayuda a reducir los niveles de estrés, a aumentar la confianza y la autoestima. Además, mencionan que estos espacios abiertos mejoran nuestro estado anímico y las técnicas de concentración, y nos permiten desarrollar la resiliencia psicológica, entre otros beneficios.
Tomando como referencia el punto de la existencia de elementos naturales en el territorio, como la vegetación y el suelo natural, ¿has visto lo bien que te sientes al estar en contacto con ellos? Esa mística perceptiva radica en nuestra esencia humana y son los resultados que los estudios de la comunidad científica respaldan. Entonces, vemos cómo las piezas comienzan a encajar en este rompecabezas.
Contexto territorial
La situación coyuntural y compleja que atravesamos —producto de la pandemia— ha evidenciado cuán importantes son estos espacios para el bienestar general de la población. Una clara muestra de ello ha sido la aglomeración masiva, nunca antes vista, de los pocos espacios colectivos existentes en la urbe capitalina panameña, luego de las medidas de flexibilización de la cuarentena establecida por el Gobierno; hasta parecía contradictorio el llamado al distanciamiento físico en estos sitios de esparcimiento, por la gran afluencia de personas.
La sobreutilización de las áreas, desde luego, nos señala que ha surgido un punto de quiebre sociocultural; la población está urgida de contar con estas zonas que le permitan redescubrir su concepción interna y también nos indica que, como sociedad, hemos subestimado o minusvalorado la importancia de estos espacios en tiempos de ‘normalidad’, o lo que pudiera denominarse como prepandemia.
Esa necesidad cuasi involuntaria del ser humano a la exposición de zonas recreativas, aun siendo consciente del alto peligro para su salud en estos tiempos, nos permite colegir que es vital que la percepción y comprensión del espacio público se constituyan en un cambio de paradigmas. Por ello es de suma importancia ahondar en el factor territorio como pieza fundamental en esta encrucijada.
Para una correcta interpretación, es necesario abordar el concepto de territorio. Este se compone de la zona espacial y física donde se argumenta la condición de existencia, donde también interactúan diversos fenómenos y objetos. El territorio se concibe como un factor esencial por su condición de modificador de la conducta y comportamiento del ser humano. Por lo tanto, la carencia y desigualdad en la distribución de espacios colectivos puede ser un factor determinante en la capacidad de resiliencia y fortaleza mental en las poblaciones, ante las adversidades.
Este último razonamiento se puede contextualizar con el ejemplo panameño. La congestión de los espacios públicos fue más evidente en Ciudad de Panamá que en otras ciudades y poblados del país. Resulta un hecho curioso, a simple vista pudiéramos concluir que esto es lógico debido a que el tamaño poblacional de la capital de la República es mayor que el de otros núcleos urbanos de la nación, sin embargo, entran en juego varios criterios de análisis relacionados con el factor territorio.
La ocupación espacial -más allá de la cantidad de habitantes- va en función de la existencia de áreas para fines recreativos dentro y fuera de los límites urbanos, y de la configuración espacial de los poblados. Por ejemplo, una ciudad del interior del país, por lo general, se encuentra menos urbanizada y está emplazada en una zona de características campestres con atractivos naturales en sus proximidades. Esto la hace más propensa a presentar condiciones que le permitan canalizar de una forma más eficiente el ‘caudal ocupacional’ de sus espacios en comparación con otras ciudades densamente pobladas y mal planificadas, como Ciudad de Panamá.
Esto ocurre porque existen elementos externos que contribuyen a redistribuir a la población sin saturaciones excesivas. Aun si dicha ciudad interiorana en su centro presentase un déficit de espacios públicos, en las periferias pueden encontrarse alternativas que reúnan las condiciones necesarias para la cohesión social de los habitantes, como, por ejemplo: ríos, playas, montañas, áreas abiertas, entre otras, donde se desarrolla un sinnúmero de actividades ligadas a la esencia del ser humano. Es por ello que es importante la diversificación del paisaje territorial y de los espacios colectivos para el bienestar general de la población, y así repercutir en una mejor calidad de vida y salud mental. Es fundamental que los usos de suelo y zonificación se establezcan en servicio de las necesidades de los habitantes.
Si Ciudad de Panamá tuviera un número considerable de espacios públicos, y que los mismos fuesen diversificados, con una distribución adecuada e igualitaria, es posible que no hubiésemos visto las aglomeraciones territoriales que se registran hoy, y también la población gozaría de una mejor salud emocional o mental.
Políticas a futuro
Los períodos de crisis pueden constituirse como los tiempos propicios para establecer cambios significativos y profundos en las políticas de desarrollo urbano, arquitectónico, social y ambiental. Por más connotaciones negativas que hallemos en el panorama, estos tiempos convulsos deben abordarse desde el aspecto positivo, concibiéndose como una ‘oportunidad de oro’ en la historia de la sociedad para aplicar los cambios de paradigmas.
Veamos -entonces- los temas relacionados al urbanismo: las urbanizaciones contemporáneas usualmente adoptan el mínimo de superficie para las zonas públicas y recreativas que, según las normativas vigentes de Panamá, va desde el 7.5 % al 15 % de área de terreno con relación al área útil de lotes residenciales, dependiendo de la densidad poblacional. Entiéndase área útil como la superficie destinada a la venta en un proyecto de urbanización, como, por ejemplo, la zona residencial o comercial.
El resultado de las reglamentaciones actuales, en general, y aun sin incidencia de la pandemia, es el siguiente: en las áreas urbanas se establecen espacios colectivos y áreas verdes de dimensiones reducidas, fraccionadas, inconexas y de calidad cuestionable, con equipamientos paupérrimos. Esto nos permite colegir que esas zonas de carácter público se proyectan estrictamente para cumplir con lo solicitado en las normativas, mas no son diseñadas según los parámetros y conceptos de la sostenibilidad, que nos permitan ‘hacer ciudad’, yendo en función del bienestar colectivo. Estos elementos, lamentablemente, son los que definen las urbanizaciones y ciudades del país en cuanto a su aspecto más ‘humano’ y urbano.
¿Y qué es hacer ciudad?: implica diversos factores que van ligados al buen urbanismo, a la planificación y, por supuesto, a los habitantes. Para hacer ciudad deben prevalecer los criterios de diversificación de los usos de suelo, la sociabilidad, imagen y confort, accesibilidad y conexiones. Se debe entender que el espacio público y las ciudades son entes dinámicos que requieren de una evolución constante que vaya en función de las necesidades de la población, asunto que no se ve reflejado en nuestras políticas actuales que parecen estar dirigidas al ámbito de las ganancias económicas, a lo comercial.
Un ejemplo de las debilidades y carencias de nuestras normativas que se evidenció en esta pandemia fue cuando -en nuestro país- se estableció un período de confinamiento estricto con tan solo dos horas al día para salir a realizar algún tipo de actividad, llámense compras o ejercicios físicos. Fue una etapa de difícil asimilación para la población, y que gran parte de la misma vio afectada su salud emocional, deteriorándose también su calidad de vida, debido a la carencia de las condiciones en el territorio para satisfacer sus necesidades básicas y naturales. Allí se demostró la importancia de que los núcleos urbanos y todos los habitantes contasen en sus cercanías con centros de salud, supermercados, zonas de esparcimiento apropiadas y de dimensiones generosas, servicios institucionales, entre otros elementos.
Esto -sin duda- nos lleva a la reflexión, y contribuye a comprender de manera profunda cuál es nuestra realidad y lo que implica hacer ciudades para las personas. Por ello es que resulta oportuno -en estos tiempos adversos- establecer un antes y un después en nuestras políticas de desarrollo urbano, repensar en la forma de cómo hacemos docencia y que el enfoque vaya dirigido a otorgarles mayor relevancia a los espacios colectivos, a las áreas de esparcimiento y los servicios institucionales, y enfatizar la naturaleza humana en esas reglamentaciones, incluyendo la participación ciudadana.
Seguramente, con políticas más ‘humanas’ tendremos, en el futuro, una población mejor preparada, en términos generales, ante las adversidades.
Duabitad más que arquitectura y diseño
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